5 de Octubre de 2005
Pero, ¿quién es Mariló Mihura?
La semana pasada, una sobrina o hija de sobrina, que el parentesco no lo tengo claro, del dramaturgo Miguel Mihura se negó a ceder los derechos de autor -que ostenta por herencia- de las obras de éste para una lectura pública que iba a realizarse en el Teatro Español, con el excavador Ayuntamiento de Madrid y el actor y director teatral Mario Gas al frente. Y eso que se pagaba a la SGAEpor dicha lectura.
No sé cuánto público hubiese asistido al acto, y ni siquiera estoy seguro de que una lectura pública tenga algún interés, al margen del autor o las obras, pero en cualquier caso, la actitud de esta sobrina me llevó a una de las orillas del gran río de los derechos de autor.
¿Quién es esta señora para prohibir algo que debería ser del dominio público? ¿Quiénes son los herederos de cualquier autor para disponer o no de las obras de sus parientes? Que un autor ceda, autorice, deje, niegue o abandone el derecho que tiene sobre sus obras es legítimo, pero que esa legitimidad se extienda a los herederos...
Hace unos años, antes de que lo censuraran, Javier Marías publicó en El Semanal un artículo muy inteligente a cuenta de un dramaturgo austriaco, Thomas Bernhard, permanentemente enfrentado con las autoridades de su país, no recuerdo por qué. Relataba Marías que Bernhard había prohibido que se representaran sus obras en Austria y que había hecho extensiva esa prohibición hasta pasados un porrón de años de su muerte. Y se lamentaba Marías de cómo, a cuenta de algún centenario, los herederos del autor se habían apresurado a dejar que los políticos representasen las obras, por la pasta y por salir en la foto de recuperadores del patrimonio cultural austriaco, pasándose por el forro las públicas, reiteradas y taxativas prohibiciones que el legítimo dueño de las obras había expresado.
Me consta también de las inmensas dificultades que los herederos de muchos personajes ilustres ponen a la hora de escribir biografías de sus parientes, de cómo se apropian del personaje de tal modo que nada puede decirse de ellos sin su concurso y de cómo se niegan a que aparezca cualquier aspecto negativo de sus vidas, como si, además de la herencia, estuviesen en posesión de la verdad sobre sus parientes. Y eso sólo por la filiación, sin más argumento o título.
Y, francamente, no creo que nadie, salvo su autor en vida y lo que disponga para su muerte si lo hace, tenga ningún derecho sobre las obras, más allá del sgaeconómico. Y aún éste ya sabemos cómo y en qué debería ser matizado.